En este artículo vamos a tratar los asuntos más cercanos de
la vida de los soldados de los Tercios de Flandes, aquellos que pusieron en
jaque a toda Europa durante más de un siglo y medio y para introducir sus
formas de vida y conciencia que mejor manera de hacerlo que con la frase de don
Sancho de Londoño: “Son españoles que aman más la honra que la vida, y temen
menos la muerte que la infamia. Tienen de suyo voluntad a las armas, destreza y
habilidad en ellas. Están en los peligros tan en sí, como fuera de ellos, de
manera, que en sabiendo obedecer, guardar orden y lugar sabrán cuanto es
necesario para ser invencibles en tierra y mar” Las ordenanzas que escribió en
su tratado don Sancho de Londoño, maestre de campo del duque de Alba, nos
servirán de fiel guía de las normas que regían la vida y la lucha de los
soldados de los tercios españoles.
El primer punto a aclarar es el hecho de que el soldado del
tercio era un soldado profesional. Cobraba un salario por sus servicios. Este
sueldo no varió en cantidad nominal desde finales del siglo XV a finales del
XVI pero, sin embargo, existió una bajada real en cuanto a poder adquisitivo.
De manera más excepcional aparecían voluntarios que eran en su mayoría de
sangre noble y costeaban sus propios gastos de guerra. La paga del soldado corriente
era a todas luces escasa, recibida siempre con retraso y, en muchos casos
insuficiente para la simple subsistencia.
Con su sueldo debía el soldado procurarse el alimento. Según
las antiguas ordenanzas del Gran Capitán el soldado debía estar capacitado para
hacer su propio pan a partir del grano o de la harina. En cuanto a las
distribución de su salario hay que señalar que los soldados en raras ocasiones
tuvieron que pagarse el alojamiento. Por lo general, se les aseguraba un lecho.
En caso de alojarse en una población, los soldados eran distribuidos en casas particulares lo
cual dejaba en gran parte al azar la calidad de la estancia.
En cuanto a la vestimenta, el orgulloso soldado del tercio
gustaba de engalanarse cuando su situación económica se lo permitía. Por lo
mismo, la uniformidad de la ropa que alistarse se les proporcionaba quedaba
rápidamente sustituida generando un ejército multicolor donde algunos soldados
rivalizaban en la calidad de su vestimenta con sus capitanes. De igual manera
se procuraba el soldado el armamento lo más a su gusto posible, siempre
conforme a su capacidad económica y a la lógica del puesto que desempeñaba.
(Lámina sobre los entrenamientos de los soldados de los Tercios. La disciplina era un elemento primordial)
Si bajo era el salario, más preocupante eran los frecuentes
retrasos en las pagas que a menudo superaban los 36 meses. Al recibir,
finalmente sus pagas, los soldados veían como les eran descontados los
innumerables adelantos recibidos para poder subsistir, así como los gastos
hospitalarios, en armas, ropa, deudas de juego, etc… El resultado era obvio, la
principal fuente de sustento la constituía el botín de guerra que se hallaba
reglamentado en Europa desde época tan antigua que las normas que lo regulaban habían
pasado ya a la sabiduría popular en forma de versos:
“…La riqueza de dentro de la muralla,
ganada por asalto y batería,
puede cualquier soldado saquealla,
dando pero al supremo que es la
guía…”
El ansiado botín estaba prohibido a las tropas cuando una
ciudad pactaba su rendición de forma previa a que los sitiadores hubieran dispuesto
las baterías.
La gran mayoría de los españoles que acudieron a los tercios
nunca regresaron, los pocos que lo hicieron volvían pobres en su mayoría y así
queda reflejado en las crónicas de la época.
Elemento muy bien reflejado por Arturo Pérez Reverte en su serie de novelas protagonizadas
por Diego Alatriste.
Entonces, ¿cuáles eran las razones que impulsaban a los
españoles de aquella época a alistarse a los tercios?
La honra:
Varios eran los ideales que subyacían en el espíritu del heterogéneo
soldado español de la época que le hacían capaz de pelear con singular fiereza.
Se pueden resumir en tres: Dios y la Iglesia Romana, el Rey y la Nación y, por
último la espada y el honor.
El honor o su expresión personalizada, la honra, son extremadamente
difíciles de definir y, en general, es más fácil identificar su falta que
describir su presencia. A pesar de ello la búsqueda del incremento en la honra
ha sido durante siglos el aliciente más
importante que impulsaba a los soldados a alistarse a los tercios.
De esta forma, los soldados luchaban como uno solo por la
honra del rey de la nación pero rivalizaban ent sí por perseguir mayor honra
para su tercio en particular, para su compañía o para si mismos, con el objetivo
de escalar socialmente en una España que mantenía como virtudes los méritos militares
y una intachable honra. Todo ello se traducía en el campo de batalla en un
mayor empuje para conseguir la victoria.
Es necesario especificar que parte de la honra del ejército
descansaba en un trato correcto con los civiles de las tierras dominadas. Pese a que los grabadores
flamencos se han desvivido en mostrar escenas en las que soldados españoles
mataban niños, viejos o violaban mujeres; estos hechos eran perseguidos con
especial severidad por los mandos del ejército así como por los mismos soldados
que los presenciaban pues su honra quedaba también maltecha. Se cuidaba tanto
de que no hubiera violaciones a mujeres que para evitar las tentaciones
regulaba el número de prostitutas que debían acompañar a los tercios.
La disciplina:
(instrumentos utilizados por los Tercios en Flandes)
La disciplina de los soldados españoles de la época, junto
con su desmedido arrojo, fue sin duda el factor más influyente en la fama que
cobraron nuestros ejércitos de invencibles. Hay que llamar la atención, por lo
singular, y como ejemplo de lo férrea de esa disciplina el severo control que sobre la ruptura del silencio se
hacía en las tropas españoles, tanto en marcha como en ataque:
“… Otrosí, que ningún soldado grite ni hable en el orden y
escuadrón más de lo inexcusable, y que en tales lugares es lícito, so pena de
ser sacado de la hilera vergonzosamente, y si fuere incorregible, privado del
sueldo, y desterrado como infame, por violados de la modestia…”
El resultado de esta curiosa y severa normativa era un
ejército que atacaba, vencía y comenzaba degollina en un profundo silencio. El efecto
sobre el enemigo debía ser aterrador.