Representación de la abdicación de Carlos V en favor de Felipe II. |
Nos vamos a Bruselas en 1556. Punto central de las
posesiones en Flandes de la Monarquía Hispánica, constituyó el lugar de
abdicación de su hijo más predilecto, Carlos V. El Emperador del Sacro Imperio
Románico Germánico y Rey de España había dejado todo bien atado, su hijo Felipe
se alzó en el trono como rey de España, Borgoña y las Indias. El proceso había
resultado enormemente complejo y mediante un conjunto de cartas se trató de
llevar la información a todos los lugares del Imperio Español, sobre estos
documentos destaca el enviado por Carlos I el 16 de enero de 1556 con destino a
las instituciones de gobierno en las Indias.
En estos documentos se especificaba la nueva situación
política en la que se encontraba el Imperio, además de qué manera se debía
actuar ante el nuevo rey, nuestro archiconocido escurialense, Felipe II. Una de
estas cédulas llegó hasta Perú, concretamente a la ciudad de Cuzco,
desencadenando un conjunto de hechos que pasamos a relatar.
Para una ciudad como Cuzco, separada por miles de kilómetros
de la Península, la llegada al trono de un nuevo monarca no podía suponer una
transformación muy directa en el día a día de sus habitantes pero lo cierto es
que la proclamación del nuevo rey constituyó uno de los mayores acontecimientos
que la ciudad experimentó en el Siglo XVI.
El ascenso al trono de un nuevo monarca suponía en la Edad
Moderna un profundo cambio que estaba aderezado con un conjunto de ceremonias
que en Castilla se remontaban, al menos, desde la Baja Edad Media. En estos
actos participaban todos los súbditos, sin tener en cuenta su categoría y en
ellos se ponía en juego todos los recursos que disponían las ciudades y las
villas, a fin de garantizar que el lujo y la solemnidad reflejasen la grandeza
del municipio.
Si en Castilla las proclamaciones se hacían en un ambiente
festivo y lujoso, no era menos en las posesiones americanas. Debido a la gran
distancia entre el Nuevo Mundo y la Península se empleaban todos los recursos disponibles
con el objetivo de fortalecer los lazos entre ambos territorios.
Las noticias de la abdicación de su emperador no llegaron a Perú
hasta el 23 de agosto de 1556 convirtiéndose en un tema recurrente dentro de
las reuniones del cabildo. La organización de una suntuosa ceremonia se
convirtió en un objetivo prioritario para las instituciones de gobierno local,
quienes dedicaron largas horas a definir todos los detalles de la fiesta, desde
los estandartes hasta los juegos y diversiones con los que se cerraría la
celebración.
En un principio la proclamación quedó fijada para el 1 de
noviembre aunque la enorme magnitud de los preparativos forzó su aplazamiento
hasta el 8 diciembre, día que se celebró el ascenso al trono de Felipe II en la
ciudad de Cuzco.
Imagen actual de la Plaza Mayor de Cuzco. |
La proclamación de Felipe II en Cuzco comenzó en la Plaza
Mayor, que era el centro neurálgico de la ciudad, en ella se había levantado
una especie de escenario de madera donde se habían dispuesto las autoridades para
proceder en sus actuaciones. Sobre este tablado se encontraban situados los
retratos de Carlos V y del propio Felipe II. Sobre esta tarima se encontraban
las dos autoridades principales de la ciudad: el corregidor Juan Bautista
Muñoz, y el obispo, don Juan Solano. En la fiesta no faltaron las mejores galas
acomodadas entre los cuerpos más conocidos de la ciudad. Los adornos y las joyas
eran determinantes para dejar clara su asistencia.
La ceremonia se inició con el alzamiento de los dos pendones, el estandarte regio y el
estandarte de la ciudad acompañado con la imagen del Apóstol Santiago. Mediante
este acto de alzar los pendones se realizaba la aclamación del nuevo monarca.
El siguiente paso en la ceremonia se focalizó en torno a otro elemento que poseía el poder simbólico de representar
al soberano en la distancia: el
documento escrito. La lectura de la real cédula mediante la que Carlos I
notificaba su abdicación y,
posteriormente, la de la cédula de Felipe II, en la que informaba de su ascenso
al trono se constituye como uno de los elementos principales de toda la
ceremonia. El documento tenía un poder simbólico de especial relevancia pues
hacia de poder regio en sustitución de la figura humana del propio rey.
Una vez leídos los documentos, la máxima autoridad de la ciudad, el corregidor, reconoció
al nuevo monarca de forma pública, gritándolo su nombre para que todos lo
escuchasen, y también de manera oficial pidiendo al escribano que certificase
este reconocimiento mediante un documento oficial.
A continuación se llevó a cabo el rito de derramar monedas
de oro y plata entre el público, este acto fue protagonizado por el corregidor
y el corregidor de la ciudad. Mediante este acto se conseguía que los
asistentes guardasen en su memoria la ceremonia y, además, el hecho de entregar
oro sería percibido como una muestra de magnificencia y generosidad del nuevo
monarca.
Moneda de 8 reales acuñada en tiempos de Felipe II. En la inscripción aparece la frase Indiarum Rex, recordando el dominio español sobre América. |
Tras abandonar la plaza pública, el corregidor, portando el
estandarte regio, junto a la multitud recorrían la ciudad a gritos de: “Castilla,
Castilla, Perú, Perú, Cuzco, Cuzco, por el rey Don Felipe”. Al repetir estos
gritos se confirmaba la presencia regia en todos los rincones de la villa. Los tambores
y las trompetas acompañaron a los estandartes en su recorrido por la ciudad, y
las canciones, especialmente creadas para este momento, cerraron el acto. Una
vez finalizada la ceremonia civil comenzó la celebración religiosa que se
celebró en la catedral de Cuzco y para terminar la ceremonia se celebraron una
serie de actos lúdicos y juegos celebrados en honor a Felipe II en los que
participaron todos los habitantes. Los festejos estuvieron compuestos por
luminarias, corridas de toros y juegos de caña.
La ceremonia de proclamación de Felipe II pone en relieve las intensas relaciones del Imperio Español, en aquel donde no se ponía el Sol y en sobre el que se ha vertido una Leyenda Negra ,tan fuerte, que solo es posible de desenmascarar acercándonos a la Historia.
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