jueves, 26 de enero de 2017

Gembloux, la batalla olvidada.





Enero de 1578. Las mejillas sonrojadas de Don Juan de Austria no dejan lugar a dudas,  el frío en Flandes era un hecho. Nos situamos en la Guerra de los Ochenta años, en la que los Tercios españoles se batían en duelo para sofocar la revolución protestante liderada por Guillermo de Orange.  En esa fecha y lugar se enmarca la batalla de Gemblox, un hecho histórico que la Leyenda Negra ha sofocado tanto que ni en mis libros de texto aparecía.

Felipe II, nuestro archiconocido escurialense, había tomado una decisión. Requesens dejaba el testigo a Don Juan de Austria como gobernador de Flandes. Los problemas de los españoles en aquella tierra tan alejada iban en aumento, la guerra parecía estar decidida del bando protestante y el nombramiento de Don Juan de Austria, hermano del rey, quería dar un golpe de efecto. Juan de Austria era hijo de Carlos, la sangre Imperial corría por sus venas y acumulaba una carrera llena de éxitos entre los que estaban la sofocación de las Revueltas Moriscas, fue héroe en Lepanto y se ocupó de la Toma de Túnez. Era el hombre perfecto y necesario para que la Monarquía Hispánica pudiera seguir controlando lo que en futuro serían las Provincias Unidas.

Las posiciones españoles habían perdido fuerza pero la situación empezó a cambiar con las primeras decisiones del nuevo gobernador de Flandes. Llegaron 6.000 hombres de los tercios viejos a Luxemburgo con el tercer duque de Parma y Plasencia, Alejandro Farnesio, sobrino de Don Juan de Austria. Ambas figuras, de una importancia singular, se unían y cambiarían el destino del cristianismo, al menos por un tiempo. Se aprestaron pues a presentar batalla ante los protestantes, quienes temerosos tuvieron que pedir ayuda a Francia, Inglaterra o Prusia. Ya era tarde, la maquinaria de los tercios se había puesto en marcha.

Los ejércitos se enfrentaron a principios de 1578, en Namur. Si el de los rebeldes contaba con muchos más hombres – 25.000 frente a 17.000-, el de Don Juan estaba formado por soldados seleccionados y curtidos en múltiples batallas, en sus filas estaban los generales más temidos de toda Europa (Mondragón, Toledo, Farnesio, Mansfeld…). El resultado era inevitable. 
Don Juan de Austria.

La intención de los rebeldes era presentar batalla a los hombres de Don Juan en el mismo Namur pero, al tener conocimiento de que el ejército real venía ya de hecho a su encuentro, decidieron retirarse a Gembloux a meditar la situación. Antes del amanecer se pusieron en marcha amos ejércitos en busca de las batallas. Tal confianza tenía don Juan en la victoria de sus hombres que la noche anterior mandó añadir al estandarte real que él mismo había llevado en Lepanto, bajo la cruz de Cristo, la siguiente frase “Con esta señal vencí a los turcos, con esta venceré a los herejes”.
Mandó, don Juan, a uno de sus generales a entretener al enemigo hasta que llegara el grueso del ejército, era Octavio Gonzaga. Esto provocó, de forma un tanto involuntaria, que las tropas rebeldes se fueran encajonando en lo bajo y angosto de un paso en pendiente. La vió Alejandro Farnesio y aunque el ataque podría suponer la derrota española, acudió a la afrenta invocando a Dios y a la fortuna de la Casa de los Austria. Sus cargas pusieron en fuga a la caballería enemiga, lo hicieron de manera tan desordenada que la caballería que iba con Alejandro los hizo pedazos.

Se les arrebataron 34 banderas, la artillería y todo el bagaje. Mientras una parte de los que quedaron vivos no dejaron de huir hasta que llegaron a Bruselas, otra, para su perdición, pretendió fortificarse en Gembloux. No duraron mucho y se les perdonó la vida a cambio de u juramento de fidelidad al rey. En ésta, su plaza fuerte, habían acumulado tal cantidad de víveres y munición que sirvieron al ejército de don Juan durante varios meses.

Al extenderse en Bruselas el rumor de la derrota de sus tropas en Gembloux, el de Orange y el resto de los nobles decidieron retirarse precipitadamente  a Amberes, donde se sentían más a cubierto.
Alejandro Farnesio.

La victoria de los Tercios españoles había sido rotunda. Las bajas en la Monarquía Hispánica apenas llegaban a la veintena, mientras que las bajas en el bando protestante llegaban hasta las diez mil.

El desconocimiento sobre Gembloux es generalizado, la Leyenda Negra se ocupó de rematar cualquier atisbo del dominio español sobre los Países Bajos, hasta tal punto que este pasaje de la Historia parece un relato ficticio, como si los españoles jamás hubiéramos estado en aquella tierra. Quizás llegue ese momento en el que la Historia de España no esté sometida a cargas ideológicas ni juicios anacrónicos. Quizás  y solo quizás, podremos decir con orgullo que somos descendientes de aquellos que dejaron su vida por lo que creyeron justo.

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