lunes, 5 de junio de 2017

La silla de Felipe II es un altar de origen vetón.








La Historia siempre nos parece la narración de un hecho tangible, contar una historia como si fuera una doctrina de fe y a la que poco o nada se puede objetar. Esta es la visión del público general que se acerca a leer el género de novela histórica o, porque no decirlo, de todo aquel que se aleja del estudio de la Historia como ciencia. Lo cierto es que desde que Herdert introdujo la filosofía en la Historia los planteamientos científicos, propios de las ciencias sociales, sirven para cambiar todo tipo de leyendas y mitos que se han ido contando a lo largo de los siglos como una verdad absoluta, esto nos llevó a acabar con el mito de Rómulo y Remo en la formación de Roma o en el caso que aquí nos compete a desmitificar que Felipe II se sentara en la silla próxima al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Esta última idea es la base principal de la conferencia ofrecida por la arqueóloga y epigrafista Alicia Cantó el pasado uno de junio en la Casa de Cantabria de Madrid. La profesora de la Universidad Autónoma de Madrid ha dedicado más de dos décadas al estudio de la famosa silla de San Lorenzo de El Escorial y ha asentado una base científica con la que se acaba la leyenda.
La leyenda que nos ha llegado hasta hoy afirma que una vez se comenzó la construcción del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, tras la batalla de San Quintín, cuyo promotor fue Felipe II. El propio rey mandó construir un lugar desde donde poder ver las obras de construcción del Monasterio. Parece ser que esta idea surgió ya a mediados del Siglo XVIII a partir del cuadro de Luis López de Catalá en el que aparece Felipe II en la silla justo en el momento que recibe la noticia de la derrota de la Gran Armada, mal llamada Armada Invencible, en aguas inglesas. La obra pictórica tuvo una difusión enorme al convertirse en la imagen de los billetes de cien pesetas y de esta manera se introdujo en el imaginario colectivo de los españoles, hasta llegar a nuestros días.

Lo cierto es que no se conservan testimonios de la época que aclaren la existencia de esta silla, siempre se dice que si el rey “Prudente” quería ver las obras lo hacía desde Abantos, tal era la belleza de esta vista que el propio rey, cuando se aproximaba a la muerte, pidió volver al monte Abantos para recordar lo que desde allí se veía. Otros dos inconvenientes que tiene la leyenda son los propios ropajes del Siglo XVI, pues estos eran incompatibles para sentarse en tal lugar y por si fuera poco desde el lugar es imposible ver con precisión el Monasterio, al menos con el nivel que podría requerir la supervisión de las obras. 

¿Si no es la silla de Felipe II qué es esta construcción?  Esta fue la pregunta que se hizo Alicia Cantó y que aclara en la conferencia con un trato exquisito hacia la disciplina. La construcción es mucho más antigua que el Siglo XVI, esa fue la primera conclusión que obtuvo la epigrafista. La piedra tenía patina que es una capa de residuos que se forma pasado una gran cantidad de años, esto indica claramente que estamos ante una obra de origen remoto. Todo parece indicar que estamos ante un altar de origen vetón, al menos eso es lo que nos parecen indicar una serie de restos de la “silla” como podría ser la existencia de orificios. Además está situado en una zona fronteriza con una zona de bosques centrados en el roble, un árbol esencial para la cultura céltica, es un elemento indispensable que nos refuerza que data de origen vetón.

El altar no solo era el lugar donde se cometían sacrificios de todo tipo sino que su principal función era la adivinación, los hispanos eran vistos como grandes adivinos consiguiendo establecer augurios mediante el vuelo de las águilas, estos animales eran vistos como mediadores entre los dioses y la Tierra y predominaban en la zona de Abantos, elemento que nos refuerza la tesis de la profesora Cantó, además de la multitud de manantiales de agua que recorren la zona. 

El altar está dedicado al Dios Marte de los vetones, que está también representado en una piedra cercana la silla, se sabe que es un Dios vengativo por la posición de sus manos en forma de arenga, un elemento característico de la civilización vetona. Comparando la silla con altares como el Canto de Castrejón observamos un paralelo muy importante y es su forma con dos escaleras y una zona abarquillada y otro ejemplo es el Altar Viejo con restos de escalones y un derramadero, por tanto todos los indicios indican que la silla fue un altar para la adivinación y el sacrificio. Como curiosidad señalar que en un lado aparece la fecha de 1867 que es el momento en el que posiblemente se modificó la silla.

Hay un cierto tabú sobre los altares de origen animista en España, un complejo que enraiza con el rechazo a una tradición y que se aleja de todo proceso de estudio científico histórico. La labor de Alicia Cantó resulta determinante para acabar con todo este tipo de prejuicios y sobre todo, para construir un relato histórico lo más cercano a la realidad posible. Es hora de todos nosotros, de continuar con el estudio y no abandonar a la Historia.