La Historia siempre nos
parece la narración de un hecho tangible, contar una historia como si fuera una
doctrina de fe y a la que poco o nada se puede objetar. Esta es la visión del
público general que se acerca a leer el género de novela histórica o, porque no
decirlo, de todo aquel que se aleja del estudio de la Historia como ciencia. Lo
cierto es que desde que Herdert introdujo la filosofía en la Historia los
planteamientos científicos, propios de las ciencias sociales, sirven para
cambiar todo tipo de leyendas y mitos que se han ido contando a lo largo de los
siglos como una verdad absoluta, esto nos llevó a acabar con el mito de Rómulo
y Remo en la formación de Roma o en el caso que aquí nos compete a desmitificar
que Felipe II se sentara en la silla próxima al Monasterio de San Lorenzo de El
Escorial.
Esta última idea es la
base principal de la conferencia ofrecida por la arqueóloga y epigrafista
Alicia Cantó el pasado uno de junio en la Casa de Cantabria de Madrid. La
profesora de la Universidad Autónoma de Madrid ha dedicado más de dos décadas
al estudio de la famosa silla de San Lorenzo de El Escorial y ha asentado una
base científica con la que se acaba la leyenda.
La leyenda que nos ha
llegado hasta hoy afirma que una vez se comenzó la construcción del monasterio
de San Lorenzo de El Escorial, tras la batalla de San Quintín, cuyo promotor
fue Felipe II. El propio rey mandó construir un lugar desde donde poder ver las
obras de construcción del Monasterio. Parece ser que esta idea surgió ya a
mediados del Siglo XVIII a partir del cuadro de Luis López de Catalá en el que
aparece Felipe II en la silla justo en el momento que recibe la noticia de la
derrota de la Gran Armada, mal llamada Armada Invencible, en aguas inglesas. La
obra pictórica tuvo una difusión enorme al convertirse en la imagen de los
billetes de cien pesetas y de esta manera se introdujo en el imaginario
colectivo de los españoles, hasta llegar a nuestros días.
Lo cierto es que no se
conservan testimonios de la época que aclaren la existencia de esta silla, siempre
se dice que si el rey “Prudente” quería ver las obras lo hacía desde Abantos,
tal era la belleza de esta vista que el propio rey, cuando se aproximaba a la
muerte, pidió volver al monte Abantos para recordar lo que desde allí se veía.
Otros dos inconvenientes que tiene la leyenda son los propios ropajes del Siglo
XVI, pues estos eran incompatibles para sentarse en tal lugar y por si fuera
poco desde el lugar es imposible ver con precisión el Monasterio, al menos con
el nivel que podría requerir la supervisión de las obras.
¿Si no es la silla de
Felipe II qué es esta construcción? Esta
fue la pregunta que se hizo Alicia Cantó y que aclara en la conferencia con un
trato exquisito hacia la disciplina. La construcción es mucho más antigua que
el Siglo XVI, esa fue la primera conclusión que obtuvo la epigrafista. La
piedra tenía patina que es una capa de residuos que se forma pasado una gran
cantidad de años, esto indica claramente que estamos ante una obra de origen
remoto. Todo parece indicar que estamos ante un altar de origen vetón, al menos
eso es lo que nos parecen indicar una serie de restos de la “silla” como podría
ser la existencia de orificios. Además está situado en una zona fronteriza con
una zona de bosques centrados en el roble, un árbol esencial para la cultura
céltica, es un elemento indispensable que nos refuerza que data de origen
vetón.
El altar no solo era el
lugar donde se cometían sacrificios de todo tipo sino que su principal función
era la adivinación, los hispanos eran vistos como grandes adivinos consiguiendo
establecer augurios mediante el vuelo de las águilas, estos animales eran
vistos como mediadores entre los dioses y la Tierra y predominaban en la zona
de Abantos, elemento que nos refuerza la tesis de la profesora Cantó, además de
la multitud de manantiales de agua que recorren la zona.
El altar está dedicado
al Dios Marte de los vetones, que está también representado en una piedra
cercana la silla, se sabe que es un Dios vengativo por la posición de sus manos
en forma de arenga, un elemento característico de la civilización vetona.
Comparando la silla con altares como el Canto de Castrejón observamos un
paralelo muy importante y es su forma con dos escaleras y una zona abarquillada
y otro ejemplo es el Altar Viejo con restos de escalones y un derramadero, por
tanto todos los indicios indican que la silla fue un altar para la adivinación
y el sacrificio. Como curiosidad señalar que en un lado aparece la fecha de
1867 que es el momento en el que posiblemente se modificó la silla.
Hay un cierto tabú
sobre los altares de origen animista en España, un complejo que enraiza con el
rechazo a una tradición y que se aleja de todo proceso de estudio científico
histórico. La labor de Alicia Cantó resulta determinante para acabar con todo
este tipo de prejuicios y sobre todo, para construir un relato histórico lo más
cercano a la realidad posible. Es hora de todos nosotros, de continuar con el
estudio y no abandonar a la Historia.